Publicado en Portafolio y en Portafolio.com. El 13 de Agosto de 2010 (Sección: Opinion:Análisis)
Lo que está en juego es la posibilidad de proyectos nacionales respetuosos de las diferencias, y que no impliquen injerencias inapropiadas directas o indirectas en los otros socios.Ha sido muy grata la reactivación, pese a las dificultades, de la relación con Venezuela. En relación con ella quisiera comentar algunos aspectos poco mencionados hasta ahora por los medios:
Ante todo, y además de diferencias de estilo, existe una cuestión de fondo que pone en evidencia lo que será la tendencia general de la política exterior colombiana del presidente Santos. La administración Uribe tenía una visión 'hobbesiana'de las relaciones internacionales: un mundo en el cual cada país lucha con los otros por la supervivencia o la hegemonía, y con escenarios persistentes de conflicto, a la manera del pensamiento predominante en Estados Unidos durante la era Bush (hijo). La seguridad, y más en concreto, la defensa, ocupaba el primer lugar en las preocupaciones gubernamentales, mientras que todos los demás temas estaban subordinados a la que se consideraba la intranquilidad suprema.
En cambio, para Santos, en parte debido a los avances durante el Gobierno anterior, la seguridad ocupa un lugar similar al de la profundización de la democracia y el equilibrio entre las ramas del poder público, la producción, el comercio y las inversiones; también pareciera que temas como el empleo y el impulso a la demanda y la concertación (política social y laboral) van a ser elementos centrales. En ese sentido, el nuevo Presidente estaría más inspirado por Rousseau o Smith y Ricardo, con una diferencia fundamental, consistente en que el desarrollo pareciera tender hacia un modelo productivo de creación de ventajas comparativas basadas en mayor valor agregado. Ello puede sintetizarse como: 'Colombia productor y exportador de manufacturas, y no sólo de commodities'. Las primeras implican una ganancia mucho mayor en el competitivo escenario global, y no hay que olvidar que el boom de las materias primas tenderá a ser menos determinante en el mediano plazo. En ese sentido, una Colombia con reglas democráticas claras, pero más semejante a Corea del Sur, los países del Asia Pacífico, o quizás a Chile, constituye un camino posible, pero a condición de incrementar la capacidad de innovación y de ubicar nichos de mercado en el mundo desarrollado y el de los países con mercados intermedios; y para ello es necesario atender tres frentes:
El primero, tener mercados para nuestros productos en los países con capacidad de compra y expansión de sus economías en el corto y mediano plazo. En este sentido, Venezuela en particular, y los países suramericanos en general, ofrecen posibilidades ya probadas de activación comercial. Antes de olvidarse la importancia crucial de la diplomacia en los dos países, el mercado venezolano representaba hasta 6 mil millones de dólares y cientos de miles de empleos en Colombia. Hemos descendido a 1.700 millones en promedio. Solucionar el asunto de los pagos pendientes, situación debida a las retenciones oficiales de divisas para los importadores venezolanos de productos colombianos, era y es fundamental. Por lo anterior, es explicable que el tema ocupe el primer lugar entre los cinco asuntos centrales tratados por los dos Presidentes.
Segundo, a partir de la tercera semana de abril de 2011, la normativa andina de libre comercio no regirá más para Venezuela, con lo cual todo nuestro comercio bilateral quedará expósito, sometido solamente a las normas muy genéricas de la OMC. No habiendo sido Venezuela admitida aún plenamente en el Mercosur, tampoco le son aplicables los Acuerdos de Complementación entre la CAN y dicho organismo (ACEs 59 y 60). Quedan pues 8 meses para negociar y poner en vigencia un acuerdo en esta materia. Este no fue posible entre los países andinos y Venezuela, así que lo procedente es sin duda un acuerdo binacional. No tiene sentido hablar de un posible Acuerdo de LibreComercio binacional, dado que esta denominación es rechazada de plano por el Gobierno venezolano. En consecuencia, los textos presidenciales hablan sabiamente de un acuerdo de complementación económica. Al final, quizás se parezca más a los acuerdos que se firmaban en la década de los ochenta, con pocos capítulos referidos a inversiones, flujos de capital o compras del Estado; o tal vez esté centrado en los temas de bienes y servicios, con algunas especificaciones sobre protección a inversiones a nivel binacional. Pero se trata de un asunto que no da espera. Está en juego la salud económica y social en Colombia, y el bienestar de la población en Venezuela.
Tercero, excelente también que se hayan puesto de nuevo sobre la mesa los temas sustanciosos de la infraestructura. La futura conexión fluvial departamento del Meta-Venezuela es una cara de la moneda del comercio estratégico en dirección a los grandes mercados del Pacífico, vía Buenaventura. Es este el mayor proyecto estratégico reciente del cual se habla en el norte de Suramérica. Proyectos de esta naturaleza pueden hacer cambiar la perspectiva de nuestras relaciones binacionales, tal como sucedió entre Francia y Alemania, las dos locomotoras de la construcción de la Unión Europea.
Finalmente, algunos analistas y políticos han comenzado a sugerir un esfuerzo para impulsar el regreso de Venezuela a la Comunidad Andina. El asunto no es fácil, máxime porque en la CAN existen dos visiones muy distintas sobre la política, la economía y la construcción de las sociedades: la de Colombia y Perú por un lado, y la de Ecuador y Bolivia por el otro. Es cierto que la tardanza previsible (por lo menos un par de años o más) del Congreso paraguayo en aprobar el ingreso de Venezuela a Mercosur hará que su participación en dicho grupo sea por ahora muy limitada. Pero de allí no puede colegirse automáticamente que el Gobierno Chávez tenga interés en regresar a la CAN. Valdría la pena intentar su vinculación como miembro asociado, tal y como lo son en este momento Chile y cada uno de los países de Mercosur. Sin embargo, un movimiento en esta dirección tendría que ser muy cuidadoso, y debería evaluar la integralidad de la agenda y el interés o la conveniencia o no del asunto para todos los países implicados.
En cuanto a los temas de seguridad, son sin duda sustanciales. Se rata aquí de fijar medidas, pasos y agendas precisas avanzando sobre los compromisos asumidos ahora por el gobierno venezolano. Obviamente, estos no pueden limitarse a las palabras. Lo que está en juego es la posibilidad de proyectos nacionales respetuosos de las diferencias, y que no impliquen injerencias inapropiadas directas o indirectas en los otros socios. Si se cumple esta expectativa, los acuerdos de esta semana podrían ser sostenibles en el tiempo.DIEGO CARDONA C. Universidad del Norte y Miembro de la Red Colombiana de Relaciones Internacionales, Redintercol.